¿Quién es Carlos de la Púa? La verdad es que muchos de nosotros no tendríamos ni idea de quién pudiera ser Carlos de la Púa, de no ser por ciertas lecturas atentas y detallistas. Una primera referencia nos ha llegado a muchos por intermedio de Jauretche, cuyos pensamientos tenemos en gran estima. En un pasaje de El medio pelo en la sociedad argentina, donde se indaga acerca de las transformaciones en la Argentina del crecimiento agroexportador, de la inmigración, del crecimiento urbano, a principios del siglo pasado, el autor nos va mostrando la forma en que la ciudad central se constituye como un intrincado mosaico cultural. Un "intrincado proceso de multiplicaciones, divisiones, sumas y restas" entre elementos culturales diversos que incluyen el pasado tradicional de las profundidades indígenas y los elementos novedosos de procedencia ultramarina.
Allí, donde el conventillo y el barrio vienen a funcionar como dispositivos de integración —formadores del crisol de razas— y a pesar de las duras condiciones a las que son expuestas las mayorías; allí, nos dice Jauretche, apareció algo nuevo, hijo de la mezcla (como todo hijo, ¿no?), original, vital, único, de una potencia extraordinaria, que encarnó en una identidad. Quizá, la identidad más noble de Buenos Aires. Algunos artistas, algunos pensadores creativos, tuvieron la sensibilidad de captar y expresar esa identidad bajo las formas necesarias. Fray Mocho, Vacarezza, Discepolo, Manzi, Cátulo Castillo, Marechal, Contursi, Celedonio Flores, Cadícamo son algunos de los grandes poetas que nuestra escasa cultura y conocimientos nos permiten mencionar. Y entre ellos, dice Jauretche, "¡Carlos de la Púa es una carta más en este baraje de pintas y figuras!".
Pero claro, de la Púa no es un poeta de las vanguardias de su tiempo. No encaja en los moldes del modernismo ni del cosmopolitismo, y por eso nunca contó con el interés de Sur ni de la cultura oficial en general; ni tampoco fue un exponente de las altas tradiciones de la aristocracia vacuna. Tal vez por eso Lugones jamás hubiera pensado siquiera en incluirlo como parte de su "linaje de Hércules", genealogía que extendió hasta los orígenes de la civilización helénica, que pasó por los trovadores latinos, el amor cortez, la lengua provenzal, las corporaciones obreras medioevales, la épica y todas las formas occidentales del ideal estético, y en cuya culminación puso al gaucho domesticado, el Martín Fierro de La vuelta.
Es que de la Púa fue, en todo caso, el pintor, el retratista fiel del "cuadro bravo de la ciudad" [Puente Alsina] que intranquiliza a la oligarquía de principios del siglo XX. Su prosapia asciende, más bien por el lado de Eduardo Gutierrez y su gaucho malo, Juan Moreira, que se hace matar por los milicos antes de bajar la cabeza. Tampoco es él un poeta del compromiso político desde las alturas. No es un panfletario. Nunca escribió Odas a la Revolución de Octubre (de 1917, entendámonos).
No hace falta explicar lo que suele ocurrir con las figuras de la cultura que no entran en estos cánones. Pero podemos decirlo: se vuelven malditos. Es difícil no haber sentido nombrar a Silvina Ocampo, a Borges, a Bioy Casares. Y está muy bien. Hasta conviene leerlos y pensarlos, como se ha intentado hacer en este mismo espacio. Ahora bien, de no ser por la lectura atenta de Jauretche, poco podríamos decir sobre de la Púa.
Una pequeña indagación permitió hallar algunas referencias más. Horacio Salas, por ejemplo, en su libro El Tango, dice:
"Año 1928. Carlos Muñoz y Pérez, el Malevo Muñoz, o más sencillamente Carlos de la Púa como él mismo prefirió rebautizarse en la tapa del libro, publicó La crencha engrasada, la obra mayor que produjo el lunfardo; en sus páginas, lo dialectal es tan sólo un escollo deliberado que puso el mismo escritor en el camino poético. Carlos de la Púa demostró en esas páginas que los límites de un género o un vocabulario se pueden superar sobre la base de ramalazos de talento, y al Malevo Muñoz le sobraba el talento hasta para inventar las palabras que calzaran en la forma perfecta de sus versos y que fueran tan justas que pasaran del texto al habla coloquial. La crencha engrasada no fue solamente una travesura lingüística o la transcripción rimada de una jerga esotérica: fue una visión de la ética, de la ideología más profunda y de la metafísica de los estratos marginales de Buenos Aires".
de la Púa es uno de los grandes poetas de Buenos Aires, de los barrios, del pueblo. De un Buenos Aires que ya no es el actual, pero que tal vez se le parezca bastante en algunos sentidos. En sus versos, el anclaje territorial de la cultura es un punto fundamental. En el barrio necesariamente han de desarrollarse sus substratos. Se trata de la ubicación espaciotemporal, no del refinamiento elitista, ni de la cultura en un mero sentido antropológico, sino de la cultura como instrumento de realización auténtica del pueblo, de la patria. En esta línea la obra de de la Púa tienen un profundo sentido porque se trata de un poeta maldito que la cultura "colonial" dejó de lado. Rescata lo más profundo de la identidad popular de Buenos Aires, lo más autentico, para elevarlo a su máxima potencia: la identidad de un pueblo como conciencia de su carácter único e irrepetible.
Reproducir algunos de sus versos es un acto de justicia. Consiste en rescatar del ostracismo y del olvido a un maldecido por la cultura colonial. El nombre de este autor nos permite afirmar, ya desde la forma, desde el nomos, como nominación y ley, una orientación. La que compartimos con un poeta que se define a partir de la Fidelidad en su identidad porteña y nacional:
"Ciudad,
te digo la frase guaranga del caló
para hacerte más mía, para hacerte más íntima…
Para que no perciban su porteño sabor
los que llevan la mugre del espíritu gringo".
Ciertamente, esto no va a gustar a quienes tengan pretensiones de élite y de alta cultura. No entenderán que la mugre del espíritu gringo no refiere al entusiasmo de los propios gringos por lo auténticamente nacional. Esa mugre, en todo caso, reside en la mentalidad de quien pretende una cultura artificial, sólo para ilustrados universitarios e intelectuales exitosos y de mundo. Algo "progre", la demagogia nacional y popular, pero que no tenga olor a barrio, a orilla ni a pueblo. Y menos a movimiento. Unas palabras del propio de la Púa, son elocuentes a este respecto, y parecen referir a él mismo y su obra como indicación:
"Cuando la avalancha químicamente rea parecía definitivamente derrotada por la idiotez cosmopolita de la urbe y la falta absoluta de cultura orillera, nos llega, entre las flores rantifusas de un libro de versos, el refuerzo necesario que la mersa precisaba y cuyas lejanas resonancias el corazón nos advertía" ["De Los poemas bajos"].
No debe extrañar, entonces, que en los versos de nuestro poeta aparezca también el mate. Así, entre el lunfardo de Cacho de recuerdo, la evocación de la compañera gaucha trae a colación la presencia, en el ambiente debute, de la gente ranera, de las violas, la caña, el faso. Y por supuesto, el mate…
"Suelo a veces curda, cuando estoy de farra,
deschavar cantando mi vida runflera
y entonces, en silencio, escucha la barra
una historia triste de mi compañera."Compañera buena que engrupí pendejo,
mujercita gaucha que nunca fayó,
la que tenía en los ojos un dejo
de esta tristeza que hoy tengo yo."Era mi cotorro bulín que reunía,
como en una cufa, la gente ranera.
El mate, la caña y el faso corría
mientras la encordada entraba en carrera."¡Tenidas de viola, tenidas materas
que aún las recuerdan los tauras bichocos,
siempre rechiflados por las milongueras
de hoy, que ni saben sonarse los mocos!"¡Qué dieran las grelas que tanto hacen roncha
por tener la pinta de Pepa la Vasca,
o aquellas agayas de la parda Poncha
que murió en gayola, rasca que te rasca!"¡Ambiente debute, que sólo el recuerdo
me trae consuelo cuando estoy de farra!
¡Tenidas queridas, que del lado izquierdo
me clavás adentro, muy hondo, la garra!"Hoy todo se ha ido. Las grelas son grilas.
Los púas, froilanes que yiran de atrapa.
La merza, chitrulos, mangueros de gilas.
¡Los guapos de pogru la copan de yapa!"Ya todo ha finichio… Con la cocaína,
con las milongueras, con los mascafrecho.
¡Cómo no extrañarte mi ambiente, mi mina!
¡Hoy estoy garpando todo el mal que he hecho!"
[La crencha engrasada. Corregidor, Buenos Aires, 1996. Págs. 25-26].